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Murió el Comodoro (R) Miguel Vicente Guerrero, Padre del Proyector «CONDOR II»

El oficial de la Fuerza Aérea comandó el proyecto misilístico desactivado por Menem en 1990 por exigencia de EEUU y Gran Bretaña.

Dos avisos fúnebres aparecidos en La Nación esta semana dieron la noticia: había muerto el comodoro Miguel Guerrero. Uno de la Asociación de Pilotos de Caza de la Fuerza Aérea y otro del Rector de la Universidad del Salvador, recordándolo como ex-decano de la Facultad de Ciencia y Tecnología.

Nacido en San Juan, antes y después de la derrota en la guerra de Malvinas, Guerrero fue el cerebro del proyecto misilístico conocido como Cóndor II, que estaba bajo el mando de -el también hace unos meses fallecido- brigadier Roberto Petrich, ingeniero aeronáutico, a cargo de muchos de los proyectos de vanguardia de aquellos años de la Aeronáutica local.

Finalizada la Guerra de Malvinas, donde la fuerza tuvo su bautismo de fuego y se desempeñó con gran profesionalidad, además de destacado coraje, perdiendo muchos pilotos en misiones de combate frente a un enemigo poseedor de la mayor tecnología y capacidad armamentista de última generación, frente a los ya antiguos Skyhawk, Dagger, o Mirage. Pese a la abismal diferencia, el ingenio y el arrojo de los pilotos argentinos le produjo relevantes daños a la flota inglesa, alcanzando el reconocimiento mundial e, inclusive, de los propios británicos.

Como consecuencia de esto, a fines del gobierno de facto se tomó la decisión política de acelerar la producción de un arma que tuviera alcance suficiente para convertirse en una amenaza y achicar así la enorme brecha militar entre un país de la OTAN y la Argentina, obligando a Gran Bretaña a sentarse a negociar por el costo militar que le implicaría poseer en las Islas defensas antimisiles de largo alcance.

Bajo la dirección y responsabilidad del brigadier Ernesto Crespo se avanzó en el proyecto misilístico argentino, iniciado en 1979, con un centenar de oficiales, técnicos y científicos en el bunker construido en Falda del Carmen, en la serranía cordobesa.

Fue el secreto mejor guardado bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, donde se logró su desarrollo, hasta su desmantelamiento apenas comenzó la administración de Carlos Menem, donde tanto el canciller, Guido Di Tella, como el ministro de Economía, Domingo Cavallo, fueron los artífices de la cancelación del programa a instancias de Estados Unidos.

Vale rescatar al entonces ministro de Defensa, Erman González, que hizo todo lo posible por retrasar o paralizar esa “liquidación” de aquel producto de la inteligencia y la capacidad tecnológica nacional.

Quien quiera profundizar en el tema debería leer el magnífico libro sobre el nacimiento y muerte del proyecto tecnológico más relevante de estas últimas décadas, de los periodistas Eduardo Barcelona y Julio Villalonga: “Relaciones Carnales. La verdadera historia de la construcción y destrucción del Misil Cóndor II” (Planeta, 1992).

Recordar a Guerrero, a quien tuve el honor de conocer, es resaltar a este afable sanjuanino que en 1964, siendo alférez, viajó becado a Estados Unidos y regresó luego para graduarse en 1974 en tecnología misilística en la Instituto Tecnológico de Massachusetts, el reconocido MIT, obteniendo el segundo lugar de mérito en su promoción sólo por debajo de un militar chino.

Como bien queda manifestado en el libro “Alfonsín, mitos y verdades del padre de la democracia” (Aguilar 2013), de Oscar Muiño, el proyecto del “vector”, a principios de 1989, estaba en su etapa final, lo que produjo preocupación en los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Washington presionaba no para desarticular el proyecto sino para controlarlo. En 1990, durante la presidencia de Menem, la exigencia de ese control se agudizó a través del embajador Terence Todman.

La decisión política del gobierno argentino fue el desmantelamiento total del Proyecto Cóndor (como reclamaba Londres), sin negociar a nivel estratégico nada a cambio. “Los norteamericanos nos pedían un pan y les entregamos la panera” gratis, repetían Petrich y Guerrero.

Argentina sufrió a partir de 1982 el embargo internacional de armamento, haciendo que hoy tengamos las Fuerzas Armadas más escuálidas de la región.

Pero aún más indigno fue lo sucedido con el comodoro Guerrero, quien luego de prestar todo su conocimiento y saber para desarrollar el misil, cumpliendo órdenes del Estado argentino, fue pasado a retiro en una decisión similar a un castigo (como también fueron desarticulados los equipos de técnicos y científicos). La Argentina es el único país que sanciona y desperdicia a un oficial de alta capacidad por haber logrado el éxito en su misión.

Valga la paradoja, al poco tiempo de su retiro, el propio embajador Todman le ofreció un relevante puesto académico en una universidad norteamericana para poder aportar sus conocimientos. Guerrero rechazó la oferta y se incorporó a la Universidad del Salvador donde volcó su saber cómo docente y luego como Decano de la Facultad de Ciencia y Tecnología.

En un país, por naturaleza ingrato, quisimos que el nombre y la labor del comodoro Guerrero no pasaran inadvertido, cuando por el contrario debería haber sido resaltado desde lo más alto del poder político por su capacidad puesta al servicio de su país. Una nación que olvida a sus mejores hombres está destinada a un fracaso inevitable.