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Melania Trump, la Mona Lisa de la Casa Blanca

No es muy aficionada a las redes sociales, pero hoy en día todo el mundo tiene un pasado digital, y hay un viejo tuit que ha perseguido hasta hoy a la primera dama de Estados Unidos, más incluso que sus fotos desnuda cuando trabajaba como modelo. En la imagen se ve a una beluga blanca. “¿En qué está pensando?”, escribió Melania Trump en el 2012. Bromas aparte sobre las meditaciones del animal, es lo mismo que EE.UU. se sigue preguntando a día de hoy sobre ella, “una primera dama como ninguna otra”, afirma Kate Bennett en una nueva biografía, Free, Melania.

Su estado de ánimo es tan difícil de leer como la sonrisa de la Mona Lisa. ¿Detesta a su marido o es su confidente más estrecha? ¿Se siente prisionera en la Casa Blanca o es quien mueve los hilos? ¿Una mujer florero sin más atributos que su belleza o altamente inteligente? Como ocurre con el misterioso lienzo de Da Vinci, circulan todo tipo de teorías sobre la personalidad y la vida de esta mujer, tan reservada como extrovertido es su marido, al que lleva unida 20 años.

El libro, que define a Melania como “conservadora”, olvida que participó activamente en el movimiento ‘birther’contra Obama

Para Bennett es ante todo alguien fieramente independiente que siempre ha hecho las cosas a su manera. En la Torre Trump y en la Casa Blanca. Es una de sus cualidades que su marido, que rara vez usa la palabra amor para referirse a ella, más aprecia. Eso y que le haga sentirse fuerte y exitoso, como contó cuando ambos se comprometieron, después de cinco años de relación en los que había podido constatar que, a diferencia de otras parejas, la modelo eslovena no iba a intentar cambiarlo. “Él es cómo es”, suele decir ella. Un acuerdo prenupcial, que Melania firmó sin rechistar, fue la precondición para “la boda del siglo”, como Trump se ocupó de que se conociera.

El viaje a los misterios de Melania Knauss (1970) comienza en Eslovenia, donde sus habitantes ofrecen algunas claves sobre su carácter nacional que ayudan a explicar la habitual glaciar expresión de su primera dama. En el país transalpino, sonreír sin más no es algo habitual. “No siempre nos gusta aparentar lo que no es”, explica una excompañera de instituto de Melania. Si rara vez sonríe es porque “yo no finjo”, como ella misma le dijo una vez. La primera dama de Estados unidos creció en un modesto apartamento en la ciudad de Sevnica, de donde salió para estudiar diseño y fotografía en la capital, Liubliana. Tenía sueños. Al año de matricularse en la universidad para estudiar Arquitectura, lo dejó para impulsar su carrera como modelo en Milán. De ahí saltó a París y, luego a Nueva York. “A Melania le faltaba algo que muchas chicas de ciudades pequeñas tienen: miedo. Este atributo le vendría bien para su vida con Trump”, escribe Bennett.

Los Knauss eran una familia católica muy unida, lo que explica su apego a la institución del matrimonio y su determinación para superar todos los obstáculos que surjan a su paso. Contra viento y marea con él, pero siempre según sus términos. Cuando, a pocas semanas de las elecciones presidenciales, The Hollywood Reporter publicó una grabación en la que se oye a Trump jactarse de poder “agarrar por el coño” a las mujeres cuando quiere, se negó a participar en el habitual ritual de disculpas televisivas como fiel esposa.

Sus actos públicos son escasos y rehúye tozudamente de la prensa

No hay dramas con Melania. Su forma de castigarle es la indiferencia, marcar una heladora distancia. O decidir ir sola a su discurso sobre el estado de la nación, días después de la publicación de los testimonios de Stormy Danniels y Karen McDougal, retirarle la mano si está molesta con él o vestirse con ropa de corte masculino que le desagrada. Y al revés: Melania también es capaz de llevar una blusa con un lazo cuyo nombre en inglés (pussy bow) evocaba al desagradable comentario de su marido para decir al mundo que ella está por encima de todo, que nadie debe tenerle lástima. “Las casualidades no existen en el mundo de Melania Trump”, afirma su biógrafa, reportera de la CNN, la única corresponsal en la Casa Blanca que cubre exclusivamente a la primera dama

Sus actos públicos mucho menos frecuentes que con anteriores primeras damas y rehúye tozudamente de la prensa. Pero si no está de acuerdo en algo, lo dirá, como hizo con la política de separación de familias impulsada por su marido. Los intentos de Ivanka Trump por apuntarse el mérito de que pusiera (teóricamente) fin a esta medida la enfureció. Aunque ambas se llevaban bien antes de llegar a Washington, su relación –nunca exenta de competencia– se ha deteriorado. La opinión de Melania es valorada por el presidente. Bastó con que hiciera saber al presidente su disgusto con una asesora del Consejo de Seguridad Nacional para que fuera fulminante despedida.

Su silencio no es en absoluto una forma de protesta. “Como muchos eslovenos, está juzgándote en silencio o planificando su siguiente golpe”, afirma Bennet, que desmiente que Melania se opusiera a que su marido se presentara a presidente o que pensara en quedarse en Nueva York cuando este se mudó a la Casa Blanca. Hizo lo que decía: quedarse hasta que su hijo, Barron, centro absoluto de su vida, acabara el curso. El chaval es el gran ausente del libro: al ser menor de edad, la autora ha preferido no hablar de él.

Donald y Melania Trump, durante su estancia en Londres
Donald y Melania Trump, durante su estancia en Londres (Stephen Lock / EP)

El libro revela que la primera dama y el presidente duermen en habitaciones separadas. Melania “prefiere su propio espacio, amplio y reservado, en una suite situada en otro piso” de la Casa Blanca, han dicho varias fuentes a Bennet. Pero la distancia física nocturna no implica que no tengan una relación estrecha con el presidente. La pareja está en contacto continuo durante el día y ella no duda en darle sus opiniones, “quiera oírlas o no”. Es una relación que a ellos les funciona, afirma Bennett. La capacidad de “supervivencia y resistencia” aprendidas bajo el comunismo, sostiene, le han ayudado a superar momentos más bajos.

No han sido pocas las pruebas a su matrimonio. La publicación de la cinta del Hollywood Reporter, los testimonios del año pasado de dos mujeres a las que Trump pagó para que no hablaran de las aventuras que tuvieron cuando ella estaba embarazada, o la publicación en portada de un diario estadounidense de sus posados desnuda realizados en 1996 en Francia. Según Bennett, Melania sospecha que fue cosa de Roger Stone, un asesor de su marido, para desviar la atención sobre otros temas de la campaña. El público americano, conservador o progresista, se puso de su lado. Había sido una campaña demasiado sucia y desagradable para, a estas alturas, humillar a una mujer por posar desnuda. Otras fotos eróticas que reaparecieron en la recta final de la campaña –tomadas en el jet privado del empresario entre diamantes y tonos dorados– habían sido publicadas en portada de la revista masculina GQ en el año 2000 gracias a los contactos de Trump, que quería impulsar la carrera como modelo de su novia.

Ni el presidente ni la oficina de la primera dama han reaccionado a la publicación del libro. El título Free, Melania evoca un juego de palabras con el movimiento #FreeMelania que hace un par de años defendía que la primera dama lanzaba mensajes en clave al público para expresar su desacuerdo con las políticas de su marido, una teoría absolutamente desbancada a estas alturas. “Melania nunca ha necesitado realmente a nadie. Compañía, romanticismo, amorNinguna de estas cosas ha estado jamás en lo más alto de su lista de prioridades”, escribe Bennett, que no descarta –ni juzga– que haya un componente transaccional en su relación.

Es formalmente una biografía no autorizada, pero el tono es en todo momento benigno y comprensivo hacia su protagonista. Bennett repasa con detalle cómo Melania Trump, en una muestra más de su carácter independiente, se desmarcó de otras esposas de candidatos con su decisión de mantenerse lejos de la campaña y participar en un número limitado de actos, dejando el papel de pareja de facto en manos de Ivanka. La periodista, sin embargo, pasa totalmente por alto la activa participación de la exmodelo en la difusión de las teorías conspirativas sobre Barack Obama y se limita a definirla como “políticamente conservadora”.

Donald Trump fue el máximo estandarte del movimiento birther , la teoría nacida en las cloacas de internet y las ondas de las radios más conspirativas según la cual el expresidente no nació en Hawái sino en África y no tenía derecho por tanto a estar en la Casa Blanca. Obama ignoró el bulo todo lo que pudo pero acabó publicando su partida de nacimiento para intentar desmontar la insidiosa teoría. Incluso después ellos siguieron el tema. “No es sólo Donald quien quiere verlo, es el pueblo americano”, insistía Melania en una entrevista de televisión, a pesar de que la presentadora le decía que todo el mundo había visto el papel y sus afirmaciones no tenían ninguna base. “Nos parece que es distinto a otras partidas de nacimiento”, insistía ella. “Nunca se lo perdonaré” a Trump, ha dicho Michelle Obama sobre el peligro que la difusión estas teorías supuso para la seguridad de su familia.

FUENTE

(Fuente: La Vanguardia)