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El ajuste no se detiene: Kenvue cierra líneas en Pilar y se suma a la fuga industrial que alimenta las importaciones

La fábrica de productos emblemáticos como Johnson’s Baby y Siempre Libre desactiva su producción local en medio de una economía estrangulada por las políticas libertarias.

El cierre de líneas productivas en la planta de Kenvue en Pilar evidencia la profundización de una tendencia alarmante: empresas multinacionales abandonan la fabricación local para volcarse a las importaciones, alimentadas por un modelo que castiga la industria nacional y pone en jaque al empleo argentino.

A veces el silencio retumba más que una protesta. Ese es el caso de la planta que Kenvue, ex división de consumo masivo de Johnson & Johnson, posee en el Parque Industrial de Pilar. Sin hacer demasiado ruido mediático, la empresa comunicó a su personal el cierre de dos líneas de producción fundamentales, las que fabricaban los productos de las marcas Johnson’s Baby y Siempre Libre. No se trata solo de un movimiento empresarial más, sino de un síntoma grave de un proceso más profundo: la desindustrialización planificada, convalidada y potenciada por el modelo económico del gobierno de Javier Milei.

En la última semana, los trabajadores fueron notificados de que el cierre se concretará a fines de julio. Es decir, en apenas días más, Argentina dejará de producir localmente una línea de productos que históricamente formó parte de la cotidianidad de millones de hogares. Desde los algodones y aceites de bebé hasta las toallitas femeninas, insumos que durante décadas salieron de una línea nacional, ahora vendrán del exterior. No por una cuestión tecnológica, ni por mejoras en la eficiencia global, sino por una brutal lógica de rentabilidad que encuentra terreno fértil en una política económica que debilita el aparato productivo nacional.

La ecuación es tan cruda como efectiva: importar se volvió más barato que producir. Y en esa lógica, Kenvue no es una excepción, sino un nuevo eslabón en una cadena que se rompe cada día un poco más. Según los representantes sindicales, la firma ya había desactivado en 2023 la línea de producción de tampones OB, también elaborados en esa misma planta. A eso se suma ahora el fin de la producción de otros dos pilares de su portafolio. Aunque por el momento la empresa evitará despidos, lo cierto es que el camino hacia la reconversión industrial está minado de incertidumbre. Lo que no se toca hoy, puede desaparecer mañana.

Lo que ocurre en Pilar no es casual. Es parte de una tendencia que se profundiza desde que el gobierno de Javier Milei habilitó, promovió y celebró el modelo de apertura económica indiscriminada. Lejos de estar orientada al desarrollo exportador con valor agregado, esta apertura funciona como una alfombra roja para la invasión de productos extranjeros, mientras la industria nacional observa cómo se vacían sus líneas, se apagan sus luces y se diluyen sus cadenas de valor.

El caso de Kenvue es paradigmático. No estamos hablando de una pyme asfixiada por la falta de crédito o por la caída de consumo, sino de una multinacional con espaldas amplias, que prefiere importar antes que producir. ¿Por qué? Porque el sistema la premia. Con un dólar a la carta, costos internos que suben sin freno, tarifas dolarizadas y una caída feroz del poder adquisitivo, la ecuación se vuelve insostenible. ¿Qué empresario racional va a querer sostener una fábrica cuando puede traer los mismos productos desde el exterior a menor costo y sin el peso de las obligaciones laborales argentinas?

Mientras tanto, el gobierno nacional se ufana del “éxito” del plan económico, festeja los números de una inflación que baja a costa de un ajuste salvaje y mira para otro lado mientras se desmantela el tejido industrial. Lo más perverso es que en ese relato oficial, el cierre de líneas como las de Kenvue no se considera un problema, sino un “reacomodamiento eficiente del mercado”. Un eufemismo cínico que esconde la verdadera cara de este modelo: una Argentina convertida en mercado de descarte para multinacionales que traen lo que antes fabricaban acá.

En este contexto, la caída del empleo industrial es solo una consecuencia más. El cierre de líneas productivas tiene impacto directo en cientos de trabajadores y trabajadoras, pero también en proveedores, transportistas, servicios técnicos y toda la red que rodea a una planta en funcionamiento. En el caso de Pilar, se espera un proceso de reubicación de los operarios, pero esa “solución” es apenas un parche ante una hemorragia estructural. Cada cierre, cada línea que se detiene, es un golpe al corazón de una economía que ya sangra por todos lados.

El modelo libertario en curso no solo destruye puestos de trabajo: destruye capacidad productiva, saber hacer, historia y arraigo. Porque no se trata solo de fábricas, sino de comunidades enteras que giran en torno a ellas. Y en ese sentido, el cierre de estas líneas en Kenvue es una señal de alarma que debería encender todas las luces rojas del tablero económico nacional. Pero el gobierno no solo no escucha: celebra el apagón industrial como si fuera una fiesta de libertad.

Habrá quien diga que estas decisiones responden al contexto internacional, que las multinacionales hacen lo mismo en todos lados, que es parte de una reorganización global de la producción. Falso. En países donde el Estado protege la industria, estimula el trabajo local y regula con criterio estratégico, estas decisiones no ocurren tan fácilmente. En Argentina, en cambio, se las estimula. Se bajan aranceles, se flexibilizan requisitos y se ofrece como premio la desprotección local. El resultado: cada día se fabrica menos, se importa más y se condena a la Argentina a ser apenas una góndola dependiente del mundo.

Por eso, lo que está ocurriendo en Kenvue no puede analizarse de forma aislada. Es la síntesis de un modelo que convierte a las fábricas en depósitos y a los trabajadores en variables descartables. Es la consecuencia directa de un plan que entiende la economía como un Excel sin gente, sin producción, sin nación. Un plan que, si no se frena, nos condenará a un futuro de desempleo estructural, pobreza extendida y dependencia absoluta.

Este nuevo caso desnuda la fragilidad de las promesas libertarias: no hay competitividad sin industria, no hay desarrollo sin producción local, no hay libertad sin trabajo digno. Kenvue lo entendió a su manera, y con esa lógica, apaga sus máquinas en Pilar. Pero detrás del metal frío de sus líneas detenidas, lo que se apaga es mucho más profundo: es la idea misma de que un país puede crecer fabricando, innovando, apostando al trabajo argentino.