“Preso, ignorado y acusado sin pruebas: un sanjuanino denuncia encubrimiento y violencia institucional en CAVIG”

Miguel Deiana lleva 9 meses bajo prisión domiciliaria, acusado por violencia de género. Pero denuncia que nunca fue escuchado por CAVIG pese a presentar lesiones, partes médicos y reiterados pedidos de ayuda. Ahora, el mismo equipo fiscal que lo ignoró lo acusa por el suicidio de una expareja. «Es todo al revés: yo era el agredido. Borraron las denuncias, ocultaron pruebas y me quieren preso cueste lo que cueste», afirma.
Miguel Deiana, atraviesa una situación tan compleja como alarmante. Desde noviembre de 2024 cumple prisión domiciliaria por una denuncia impulsada por una de sus exparejas. Pero su versión, hasta ahora invisibilizada, da cuenta de una cadena de violencia institucional, judicial y mediática que, según denuncia, lo ha convertido en víctima y chivo expiatorio de un sistema con doble vara.
Entre noviembre de 2023 y noviembre de 2024, Deiana acudió al menos cinco veces a la Oficina Fiscal de CAVIG (Centro de Abordaje de Violencia Intrafamiliar y de Género), con visibles lesiones y partes médicos que, asegura, fueron documentados por personal del lugar. “Me sacaron fotos. Llevé todos los certificados. Y sin embargo, jamás me tomaron una denuncia. Hoy dicen que nunca estuve ahí”, afirma con indignación.
El punto de quiebre llegó el 19 de noviembre de 2024, cuando ya cumplía prisión domiciliaria en casa de su madre. Sufrió una nueva agresión y llamó a la policía, pero la respuesta fue tardía y cargada de prejuicio. “Un efectivo me preguntó si era un maricón por denunciar a una mujer. Se rieron de mí. Más tarde vino una agente, pero ya era tarde. Me dejaron con la mandíbula desviada, sin comer durante una semana, sin atención médica y sin que nadie moviera un dedo desde CAVIG”, relata.
La situación se agrava: una de sus exparejas falleció por suicidio y, según Deiana, la Fiscalía lo señala como responsable, a pesar de no haber tenido vínculo directo con ese hecho. “Todo esto es armado. Esa chica, Cecilia, metió esa causa y justo, casualidad, cae en manos de los mismos fiscales de CAVIG, los que nunca me atendieron, los que me niegan como víctima y ahora me quieren preso a toda costa. Borraron todo, desaparecieron las denuncias, acomodaron las pruebas. Es todo muy turbio”, denuncia.
Miguel sostiene que ha demostrado su inocencia en varias oportunidades, con pruebas fehacientes, pero sigue privado de su libertad. Asegura que detrás de esta trama hay intereses cruzados, corrupción y un sistema que no admite hombres como víctimas. “No es solo por mí. Es por todos los varones que alguna vez fueron ignorados, burlados o desprotegidos por estos enfermos con poder. No puede haber justicia si se parte del prejuicio y la corrupción”, concluye.
Su historia vuelve a encender la alarma: ¿puede el Estado elegir a quién proteger según su género? ¿Puede una oficina de violencia de género ignorar sistemáticamente a un denunciante y luego, desde esa misma estructura, convertirlo en acusado sin garantías? ¿Quién controla el accionar de quienes administran justicia en nombre de las víctimas?
Deiana, mientras tanto, espera que la verdad salga a la luz y que la justicia “haga justicia”, y finalmente, lo escuche.
Desde prisión domiciliaria, Miguel Deiana dejó por escrito un testimonio que, según él, refleja el trasfondo ideológico de su caso y el de muchos otros:
“Todo esto que estoy viviendo no es casual, ni un error judicial. Es político. Es ideológico. En CAVIG no se actúa por justicia, se actúa por militancia. La mayoría de las personas que trabajan ahí están completamente sesgadas por una ideología de género extrema que solo reconoce a la mujer como víctima y al hombre como enemigo. No hay igualdad. No hay escucha. Solo hay odio disfrazado de ley.”
“Esta ideología no solo destruye familias, también destruye personas. Yo lo vi. Yo lo viví. Me lo arrancaron todo. Y también se lo arrancaron a mi ex pareja, a quien ellos mismos ignoraron una y otra vez, aunque yo les supliqué que la ayudaran. Le quitaron su voz, su humanidad, y nos cortaron todo tipo de comunicación para no hacerse cargo de nada. Y cuando ella ya no pudo más, me culparon a mí. Todo al revés. Todo armado. Todo ideológico.”
“Estamos atrapados en una maquinaria que convierte a los hombres en presas. Esto ya no es justicia. Es una cacería sin escrúpulos, llevada adelante por políticas de odio. Y lo más grave: es legal. Está institucionalizado.”
“Esto no me pasa solo a mí. Hay miles de varones silenciados, destruidos, o muertos por un sistema que decidió que no merecen defensa. Y eso no puede seguir así.”
Su historia no es un hecho aislado.
A nivel nacional, cada vez más hombres denuncian situaciones de violencia de género, pero muchas veces no son escuchados por las instituciones. De acuerdo con informes recientes del INDEC y de organismos de salud mental, crece el número de varones que sufren agresiones físicas, psicológicas o simbólicas en el ámbito de la pareja, pero encuentran enormes obstáculos para acceder a una respuesta institucional.
El silencio, la burla o la negación por parte del Estado no solo agravan el daño, sino que refuerzan un sistema que parece no estar preparado para proteger a todas las víctimas por igual.