Cuando el dolor se calla, la vida se apaga: hablar para sanar

El dolor profundo suele esconderse en el silencio. A veces, quienes más sufren lo hacen en soledad, convencidos de que nadie podrá comprenderlos. Pero callar no evita el sufrimiento: puede incluso profundizarlo. Hablar, en cambio, abre la posibilidad de encontrar escucha, contención y, sobre todo, esperanza.
Poner en palabras lo que duele no es fácil. Tampoco lo es escuchar a alguien que atraviesa la oscuridad. Sin embargo, esa conversación puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. No se trata de tener todas las respuestas, sino de animarse a preguntar, estar presentes y ofrecer un espacio sin juicios.
Las cifras en Argentina muestran con crudeza la necesidad de hablar de este tema. En 2022 se registraron 3.382 muertes autoinfligidas, con una tasa de 7,2 cada 100.000 habitantes. En 2023, los casos aumentaron a entre 3.488 y 4.195 personas, según distintas fuentes oficiales, lo que refleja una tendencia creciente. Además, entre abril de 2023 y abril de 2025 se notificaron 15.807 intentos, es decir, un promedio de 22 por día.
La situación golpea con más fuerza a los varones, que concentran más del 80 % de las muertes, y a los jóvenes entre 15 y 29 años, que representan más del 30 % de los casos. Estas cifras nos interpelan como sociedad: ¿estamos ofreciendo suficientes espacios de acompañamiento? ¿Estamos atentos a las señales de alarma?
Reflexionar sobre este problema implica derribar prejuicios. El dolor emocional es tan real como una herida física, y pedir ayuda psicológica no es un signo de debilidad, sino de valentía. La prevención empieza en lo cotidiano: en una conversación sincera, en un gesto de empatía, en un recordatorio de que nadie está solo.
Hablar es cuidar. Escuchar es acompañar. Y acompañar es apostar por la vida.