Comprobado: Hayden Davis transfirió 500 mil dólares a una billetera virtual minutos después de reunirse con el Milei en Casa Rosada

El financista estadounidense Hayden Davis giró medio millón de dólares a una billetera virtual minutos después de reunirse con Javier Milei en enero. La operación se suma a un esquema más amplio de movimientos millonarios previos y posteriores a ese encuentro, que abre un nuevo capítulo en la saga de opacidad y sospechas que envuelven al gobierno libertario.
Mientras el discurso oficial insiste en la pureza ideológica del «libre mercado», la realidad empieza a exhibir conexiones cada vez más incómodas entre altos niveles del poder político y maniobras financieras de dudosa transparencia. Un nombre extranjero, una transferencia sospechosa y un Presidente argentino en el centro de la escena.
No fue un encuentro más. El pasado 26 de enero, en la Casa Rosada, el Presidente Javier Milei recibió al financista estadounidense Hayden Davis, fundador de Libra Project. En los registros oficiales, la visita pasó casi desapercibida. Sin embargo, ese acto, en apariencia formal y protocolar, desató una secuencia de movimientos financieros que hoy encienden todas las alarmas sobre la relación entre el Gobierno nacional y capitales internacionales con intereses estratégicos.
Apenas minutos después de haber salido del despacho presidencial, Davis transfirió 500 mil dólares a una billetera virtual. No fue una operación ordinaria. No solo por el monto, sino por el contexto: una reunión privada con el Presidente argentino, sin testigos, sin comunicados de prensa, sin versiones oficiales que expliquen el contenido o propósito del encuentro. ¿Coincidencia? ¿Casualidad financiera? ¿O parte de una trama más oscura que empieza a emerger bajo la superficie del relato libertario?
La transferencia fue detectada por organismos de control financiero y confirmada por diversas fuentes periodísticas, en una investigación que ya acumula más preguntas que respuestas. Pero no fue el único movimiento llamativo. En las horas previas al encuentro con Milei, Davis ya había girado más de un millón de dólares desde una cuenta corporativa en el exterior. El patrón no es lineal, pero sí revelador: dinero que entra, se mueve, se fragmenta y desaparece en el sistema críptico de las finanzas digitales, lejos del escrutinio público.
Y ahí es donde el nombre de Hayden Davis cobra otra dimensión. Porque el financista no es un jugador más del sistema económico global. Su empresa, Libra Project, se presenta como una entidad enfocada en inversiones tecnológicas con impronta social. Pero en los últimos años, su nombre se ha asociado también con movimientos opacos de capital, uso intensivo de billeteras virtuales y estructuras empresariales difícilmente rastreables. Una receta perfecta para canalizar fondos por fuera del radar institucional, especialmente en países con controles laxos y gobiernos permisivos.
¿Y qué tiene que ver el Presidente en todo esto? El problema no es solo el dinero que se mueve, sino cuándo y cómo se mueve. Javier Milei viene construyendo una narrativa obsesiva con la pureza ideológica del mercado. Se autoproclama como el paladín de la desregulación, el enemigo jurado del Estado, el gran destructor de “la casta”. Pero lo que este episodio sugiere es otra cosa: una política entregada a fondos foráneos, dispuesta a abrir la puerta trasera del poder a operaciones financieras que se escapan de toda rendición de cuentas.
Hay un matiz de gravedad adicional: el dinero no ingresó al país, no pagó impuestos, no pasó por los canales oficiales. Se movió desde cuentas privadas hacia billeteras digitales, posiblemente en jurisdicciones de baja supervisión. Todo esto, en paralelo a un contexto nacional en el que Milei impone un ajuste brutal, recorta el gasto público, suspende pagos a universidades, cierra institutos científicos y congela salarios de jubilados. Mientras el pueblo argentino hace malabares para sobrevivir, medio millón de dólares se esfuma sin dejar rastro, a pocos minutos de una charla con el Presidente.
Las explicaciones, hasta ahora, brillan por su ausencia. La Oficina Anticorrupción no emitió ninguna señal. El Banco Central tampoco. La UIF (Unidad de Información Financiera) se limita a observar. Y en el Congreso, el bloque oficialista guarda silencio, mientras la oposición exige abrir una comisión investigadora. Hay quienes creen que esto podría tratarse de un “servicio” prestado a Milei en su desesperada búsqueda de capital externo, especialmente después de que su modelo económico haya empezado a mostrar señales de agotamiento.
La defensa habitual del Gobierno —esa que afirma que toda inversión es bienvenida, que lo importante es abrirse al mundo y atraer capitales— empieza a sonar hueca. Porque este tipo de movimientos no representan inversión ni desarrollo. No crean empleo, no fundan fábricas, no mejoran servicios. Son operaciones especulativas, hechas en la penumbra, con métodos más cercanos al lavado de dinero que al capitalismo productivo.
El caso Davis recuerda otras situaciones similares en América Latina, donde gobiernos desesperados por oxígeno financiero terminaron abriendo la puerta a figuras poco confiables, que terminaron involucradas en escándalos de corrupción, fuga de capitales o directamente estafas internacionales. La historia está plagada de ejemplos. Pero lo inquietante en Argentina es que esto ocurre mientras se desmantela el Estado bajo la bandera de la transparencia y la eficiencia.
El hecho de que un financista internacional pueda sentarse con el Presidente de la Nación y, minutos después, mover medio millón de dólares a una billetera digital sin control, debería ser motivo de investigación profunda y urgente. Pero en lugar de eso, se instala una bruma de impunidad y complicidad. Un “no pasó nada” institucional que desnuda el verdadero rostro del poder libertario: uno que promete honestidad, pero se maneja como una corporación offshore.
En este sentido, el caso Davis es más que una anécdota. Es un símbolo. Muestra con crudeza la contradicción entre el discurso mesiánico del Presidente y la práctica real de su gestión. Una gestión que dice combatir a la casta, pero actúa como sus peores exponentes. Que denuncia el intervencionismo estatal, pero abre las puertas a capitales opacos. Que repudia los privilegios, pero negocia en privado con quienes pueden mover fortunas en un clic.
El tiempo dirá si esta transferencia fue parte de un acuerdo mayor, si fue un favor político o simplemente una casualidad millonaria. Pero lo que ya está claro es que algo huele mal. Y que la Argentina de Javier Milei, lejos de ser el faro libertario que prometía, se parece cada vez más a un experimento neoliberal sin escrúpulos, donde los intereses de unos pocos valen más que la soberanía de todos.