Los científicos argentinos tienen hoy los salarios reales más bajos de la década
Un informe elaborado por el investigador del CONICET Rodrigo Quiroga expone la brutal caída del poder adquisitivo en el sistema científico nacional: los sueldos reales están 15% por debajo del peor momento del macrismo y un 35% más bajos que en 2022. La ciencia argentina, otra víctima del ajuste libertario.
El doctor en Ciencias Químicas y profesor de Bioinformática Rodrigo Quiroga publicó un gráfico que muestra la realidad económica que viven hoy los investigadores del CONICET: salarios de bolsillo que apenas superan la línea de pobreza y que representan el punto más bajo en una década. En el contexto del ajuste fiscal del gobierno de Javier Milei, la situación de los científicos refleja la desvalorización sistemática del conocimiento, el vaciamiento institucional y la fuga de talentos que ya supera los 5000 profesionales desde diciembre de 2023.
“El salario real de los científicos argentinos es hoy el más bajo de la última década.” La frase, contundente y respaldada por datos, fue publicada este 7 de noviembre por Rodrigo Quiroga, investigador del CONICET y docente universitario, en su cuenta de X (ex Twitter). Acompañada de un gráfico elaborado en base a las actas paritarias de UPCN, su publicación se viralizó rápidamente y desató una intensa discusión pública sobre el valor que el gobierno de Javier Milei le asigna a la ciencia y a quienes la sostienen día a día.
Los números hablan por sí solos. En valores constantes, el salario de bolsillo de un Investigador Asistente —la categoría de ingreso a la carrera científica— ronda actualmente entre 1.250.000 y 1.300.000 pesos. Apenas por encima de la línea de pobreza para una familia tipo, que en octubre alcanzó 1.100.000 pesos según el INDEC. “Hoy, muchos científicos están en la línea de la pobreza”, sintetizó Quiroga, un dato tan alarmante como simbólico en un país que durante años se enorgulleció de su sistema científico-tecnológico público.
El gráfico que acompaña su publicación revela la profundidad del deterioro. Tras una recuperación progresiva durante la gestión de Alberto Fernández, que elevó los salarios reales a su punto más alto en 2022 (alrededor de 2.2 millones de pesos constantes), el gobierno de Milei provocó una caída abrupta del 34,7% en menos de un año. El nivel actual no solo es el más bajo desde 2015, sino que se ubica 15% por debajo del peor momento del macrismo, en los meses finales de 2019.
Esta vez, no hay relato que lo disimule. Los libertarios suelen responder con el argumento de que “en 2019 estaban peor” o con descalificaciones al trabajo científico del tipo “busquen empleo en el sector privado”. Pero los datos desmontan ambas afirmaciones: en términos reales, los salarios de hoy son más bajos que los de cualquier otro período reciente, incluso durante la transición Macri-Fernández. Lo que está ocurriendo no es un simple ajuste: es un proceso de desmantelamiento estructural del sistema de ciencia y tecnología argentino.
El gobierno de Javier Milei, que desde su campaña viene denostando a los científicos como parte del “Estado parasitario”, ha concretado en menos de un año una demolición silenciosa: presupuestos congelados, proyectos de investigación frenados, becas reducidas y cientos de contratos discontinuados. Según datos de la comunidad científica, más de 5000 trabajadores del sector han perdido sus puestos desde diciembre de 2023.
Lo que más irrita al sector no es solo la caída del poder adquisitivo, sino la deslegitimación discursiva. “La ciencia no es un empleo, es un hobby”, repiten los trolls libertarios en las redes, trivializando una labor que sostiene desde vacunas hasta desarrollos industriales, pasando por investigaciones básicas que sostienen la soberanía sanitaria, ambiental y tecnológica. En ese contexto, el hilo de Quiroga se transformó en un símbolo de resistencia: una fotografía precisa de la degradación material y moral que atraviesa la comunidad científica bajo el actual gobierno.
El ajuste libertario, presentado como una cruzada contra “la casta”, terminó golpeando a los sectores más formados del Estado. Los investigadores del CONICET no son burócratas privilegiados, sino profesionales con doctorados, años de formación y salarios hoy equivalentes a los de un gerente medio del sector privado, pero sin estabilidad presupuestaria ni recursos para trabajar. En los laboratorios faltan insumos básicos, los proyectos se paralizan por falta de financiamiento y las universidades denuncian la inminente pérdida de carreras enteras por falta de docentes e investigadores.
Lo que exhibe el gráfico de Quiroga no es un problema coyuntural, sino una decisión política deliberada. Al congelar los presupuestos de ciencia, el gobierno busca imponer una visión mercantilista del conocimiento: la investigación solo tendría valor si es rentable para el mercado. Esa lógica, importada del neoliberalismo más dogmático, no solo desconoce la función social de la ciencia, sino que también destruye las condiciones para cualquier desarrollo soberano.
La paradoja es evidente: mientras el presidente proclama su amor por la “meritocracia”, sus políticas pulverizan los méritos de miles de científicos que durante años dedicaron su vida a formarse en el sistema público. La carrera científica argentina, que alguna vez fue un orgullo nacional, hoy se sostiene a duras penas gracias al compromiso personal de sus integrantes.
El caso de Rodrigo Quiroga no es aislado. Su publicación generó cientos de respuestas de apoyo de colegas como Nicolás Lavagnino o Nora Bar, quienes sumaron datos sobre la fuga de cerebros y el deterioro de las condiciones laborales. También hubo un componente emocional: muchos investigadores relataron la frustración de ver cómo compañeros abandonan el país o renuncian a sus cargos por salarios que ya no les permiten vivir. La angustia colectiva se traduce en una pregunta recurrente: ¿vale la pena seguir haciendo ciencia en un país que parece haber decidido prescindir de ella?
El debate que generó el gráfico trasciende el plano económico. Es, en el fondo, una discusión sobre qué tipo de país queremos ser. Argentina no será un país desarrollado sin ciencia, y la ciencia no sobrevivirá sin condiciones dignas para quienes la sostienen. La destrucción del sistema científico no se mide solo en pesos: se mide en pérdida de talento, de futuro y de soberanía.
En tiempos donde la frivolidad política se impone sobre la planificación, los datos de Quiroga funcionan como un espejo incómodo: detrás de la retórica libertaria de “eficiencia” se esconde un ajuste salvaje que empuja al borde de la pobreza a quienes producen conocimiento. La ciencia argentina no está en crisis por falta de talento ni de vocación. Está en crisis porque el Estado decidió dejarla caer.
