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La empresa encargada de terminar el Gasoducto de Vaca Muerta abandonó la obra por falta de pago del gobierno

El desfinanciamiento estatal revela la desidia del Gobierno y el desmantelamiento sistemático de la soberanía energética. Mientras Javier Milei promete “liberar fuerzas productivas”, deja que se oxide una de las infraestructuras más importantes del país: el Gasoducto de Vaca Muerta. Sin mantenimiento, con estaciones colapsadas y empresas constructoras que se retiran por falta de pago, el megaproyecto que podía ahorrarle a la Argentina 3.000 millones de dólares al año hoy se desangra por negligencia política y abandono estatal libertario.

El gasoducto de Vaca Muerta —ese que durante el gobierno anterior se instaló como emblema de soberanía energética, eficiencia estratégica y proyección económica— hoy es apenas una postal corroída de lo que pudo ser y no fue. O peor: lo que fue y este gobierno está dejando que se desmorone. La obra que permitiría al país ahorrar miles de millones en importaciones de gas y recuperar un eslabón vital en la cadena de autonomía económica se encuentra paralizada, maltrecha y virtualmente abandonada.

Este no es un titular alarmista. Es la consecuencia directa del accionar (o la inacción deliberada) de una administración que no cree en el Estado, que desprecia la inversión pública y que convierte en cenizas cada activo estratégico construido con esfuerzo colectivo. La Unión Transitoria de Empresas (UTE) compuesta por Contrera Hermanos y Eusuco —responsables de completar el último tramo de la Planta Compresora Salliqueló— informó formalmente que se retira de la obra. ¿El motivo? Desde febrero, el Estado, a través de Enarsa, dejó de pagar. Así de simple. Así de grave.

La renuncia de Oscar Álvarez, gerente de operación y mantenimiento de Enarsa, no fue un hecho aislado. Es la evidencia más de que, en el interior de la empresa estatal, el barco está yéndose a pique sin timón ni dirección. “Mientras el club de asesores que rodeaban a las autoridades de Enarsa se van retirando o huyendo como ratas y con vacaciones pagas, la empresa sigue a la deriva”, relató una fuente interna. La frase, cruda y directa, no deja lugar a dudas: Enarsa está en bancarrota operativa, y el gasoducto también.

Pero lo que está en juego no es solo una obra más entre tantas. No se trata de un capricho presupuestario. El gasoducto de Vaca Muerta representa el músculo energético del país: su capacidad para exportar gas, para autoabastecerse, para reducir la dependencia de las importaciones de GNL (Gas Natural Licuado), y para convertir la riqueza natural en desarrollo económico real. Cada día que esta obra permanece parada es una derrota más en la batalla por el desarrollo soberano.

Desde el interior de la UTE, las palabras no fueron más amables. En la nota elevada a Enarsa, se informa que “se procederá a la relocalización de todos los recursos que esta contratista mantiene actualmente dentro del predio”, y se remarca que a partir del 19 de mayo de 2025, “todas las comunicaciones deberán canalizarse exclusivamente por correo electrónico o carta contractual”. No es un reclamo desesperado: es una retirada con bronca. Una forma de decir basta ante la falta de respuestas, ante la indiferencia administrativa y ante un modelo político que mira para otro lado mientras todo se descompone.

El deterioro no es sólo administrativo. También es físico. Esta misma obra sufrió el derrumbe de una estación de medición tras un temporal en La Pampa, sin que nadie se ocupara de evaluar daños, mitigar consecuencias o prevenir nuevos colapsos. El temporal dejó expuesta la fragilidad de una estructura que debería haber sido blindada, mantenida y supervisada con celo. No hubo respuestas. No hubo refacciones. No hubo presencia estatal. Hubo silencio.

En este contexto, sorprende —o tal vez ya no— el nivel de cinismo con el que el oficialismo sigue hablando de eficiencia, de ajuste virtuoso y de fin de los privilegios. Porque mientras se ajusta al extremo el funcionamiento de una obra clave para el futuro económico del país, siguen floreciendo contratos con consultoras privadas, beneficios para empresas amigas y blindajes mediáticos para los funcionarios de turno.

El abandono del gasoducto no es casualidad: es consecuencia directa de un modelo de país que elige dinamitar el presente con la promesa de una utopía neoliberal que jamás llega. La misma lógica que justifica despidos masivos en el Estado, recortes en ciencia, cierre de programas sociales y paralización de la obra pública. Todo bajo la bandera del “déficit cero”, sin medir el costo humano, productivo ni estratégico.

Vaca Muerta no es una entelequia abstracta. Es un yacimiento concreto que, bien administrado, podría haber sido motor de una nueva etapa para el país. El gasoducto era su vena principal. Hoy esa vena está obstruida. Y lo que corre por ella no es gas: es desidia, abandono, desinterés. La Argentina podría estar exportando energía, equilibrando su balanza comercial, generando empleo calificado y fortaleciendo sus reservas. En cambio, está dejando que empresas constructoras dejen todo tirado porque no hay voluntad política de pagarles.

Claro, es más fácil recortar donde no se ve. Donde la gente común no llega. Total, la planta compresora no es trending topic. La infraestructura energética no emociona a los libertarios de Twitter. Pero mientras Milei se pelea con caricaturas de zurdos imaginarios y se abraza a banqueros de Wall Street, la Argentina real se queda sin obras, sin inversión, sin futuro.

Lo de Vaca Muerta es más que una obra inconclusa: es una metáfora perfecta de lo que está pasando. Una estructura inmensa que tenía todo para funcionar y que, por mezquindad ideológica, está siendo desguazada. Una Argentina que podía caminar hacia la autosuficiencia, pero a la que le cortaron las piernas desde adentro. Una oportunidad histórica, enterrada bajo un aluvión de desidia.

El tiempo dirá si este retroceso podrá ser revertido. Pero lo cierto es que cada día perdido será caro. Porque en el mundo que viene, quien no invierte en energía, pierde. Y quien no cuida sus recursos estratégicos, queda afuera del mapa. Y eso, lamentablemente, parece no importarle al gobierno que se jacta de defender los intereses de la Nación, mientras deja pudrir uno de sus pilares fundamentales.