¡Escándalo internacional! El nexo de Milei con Trump fue condenado por el Departamento de Justicia estadounidense
El lobbista republicano Barry Bennett, figura central en la conexión entre Javier Milei y Donald Trump, reconoció ante la Justicia norteamericana haber violado la Ley de Registro de Agentes Extranjeros (FARA). Su caso expone una red de influencias políticas y empresariales que pone en jaque la transparencia del entorno presidencial argentino.
El asesor republicano Barry Bennett, señalado como uno de los intermediarios políticos entre Javier Milei y el expresidente Donald Trump, fue formalmente condenado en Estados Unidos por desarrollar tareas de lobby no registradas a favor de un gobierno extranjero. La causa, revelada por el Departamento de Justicia, desnuda los vínculos del actual gobierno argentino con sectores del trumpismo involucrados en operaciones de influencia clandestina y manipulación internacional de la opinión pública.
El Departamento de Justicia de los Estados Unidos confirmó que Barry Bennett, asesor republicano y figura clave en el entramado político que une al presidente argentino Javier Milei con Donald Trump, fue condenado por violar la Ley de Registro de Agentes Extranjeros (FARA). Se trata de una de las normas más sensibles de la legislación norteamericana, destinada a evitar que gobiernos extranjeros influyan encubiertamente sobre la política interna de ese país. La admisión de culpabilidad de Bennett pone en el centro de la escena una relación opaca entre el poder político argentino y las redes de lobby que orbitan en torno al trumpismo.
Según el documento judicial citado por Ámbito.com, Bennett firmó un “Acuerdo de Enjuiciamiento Diferido” el 28 de diciembre de 2023, apenas unos días después de que Javier Milei asumiera la presidencia. En ese marco, reconoció haber actuado ilegalmente en beneficio de un gobierno extranjero y aceptó el pago de una multa de 100.000 dólares, además de cumplir una serie de condiciones durante 18 meses. Si logra completarlas, los cargos serán desestimados. Pero el dato político más revelador es el momento de la firma: el acuerdo se concretó cuando Milei ya había tomado el control del Ejecutivo argentino, lo que sugiere que el vínculo con el lobista no era circunstancial sino estructural.
La investigación, conducida por fiscales del Departamento de Justicia, demostró que Bennett y su socio Douglas Watts montaron una compleja red de operaciones de influencia encubierta desde su consultora Avenue Strategies. En 2017, ambos recibieron 2,1 millones de dólares del gobierno de Qatar para ejecutar una campaña de comunicación y lobby orientada a mejorar la imagen del emirato y desprestigiar a sus competidores en Medio Oriente. Las maniobras incluyeron la creación de supuestas organizaciones humanitarias y portales de noticias, como Yemen Watch y Yemen Crisis Watch, que difundían información manipulada para moldear la opinión pública estadounidense.
El texto judicial es contundente: los acusados “llevaron a cabo una campaña de cabildeo y relaciones públicas diseñada para beneficiar a un gobierno extranjero, ocultando deliberadamente la identidad de dicho cliente”. En otras palabras, se trató de una operación de desinformación a gran escala en la que Bennett y sus socios cobraban millones por actuar en la sombra de intereses foráneos.
La figura de Barry Bennett no es menor. Fue asesor directo de Donald Trump durante la campaña presidencial de 2016, tras haber sido jefe de campaña del republicano Ben Carson. Desde entonces, consolidó una red de influencia política y empresarial que operó tanto en Washington como en el extranjero. Su consultora, Avenue Strategies Global, fue una de las más poderosas del ecosistema trumpista, con clientes que incluían a gobiernos autoritarios, corporaciones multinacionales y actores financieros con intereses en América Latina.
Su paso por la política estadounidense está marcado por los escándalos. En 2021, la Justicia del estado de Maryland embargó parte de sus bienes tras un litigio con la consultora republicana Ying Ma, quien lo acusó de incumplir contratos y retener pagos. Para defenderse, Bennett intentó desacreditarla asegurando falsamente que trabajaba como agente de inteligencia del gobierno chino. Un modus operandi que revela cómo opera: proyectando sobre otros las acusaciones que pesan sobre sí mismo.
Pero lo que hace más inquietante el caso en el contexto argentino es la reciente visita de Bennett al país. Durante 2025, el lobista se presentó en Buenos Aires y mantuvo reuniones con figuras de la oposición como Rodrigo de Loredo, Miguel Ángel Pichetto y Cristian Ritondo. La excusa fue una ronda de contactos “institucionales” en nombre de supuestos inversores norteamericanos interesados en la Argentina. Sin embargo, la noticia de su condena en Estados Unidos dejó al descubierto que no se trataba de un operador cualquiera, sino de un agente sancionado por manipular influencias extranjeras.
Según declaraciones de De Loredo tras ese encuentro, Bennett transmitió que “Estados Unidos quiere acompañar a la Argentina en dos etapas: primero, evitar una crisis, y después impulsar inversiones de empresas norteamericanas”. También dijo que el lobista expresó su preocupación por la “insustentabilidad política del Gobierno” si no lograba alianzas internas sólidas. En retrospectiva, esas palabras cobran otro sentido: eran más un mensaje de advertencia geopolítica que un gesto diplomático.
La condena de Bennett plantea preguntas incómodas para el oficialismo argentino. ¿Por qué Milei mantuvo un vínculo estrecho con un operador sancionado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos? ¿Qué intereses representaba realmente este asesor que, bajo el paraguas del trumpismo, manejaba redes clandestinas de influencia internacional? Si se considera que el presidente argentino ha hecho de su alineamiento con Washington un eje de política exterior, la presencia de actores de este calibre en su entorno refuerza la idea de una subordinación política y simbólica.
Además, el caso exhibe una paradoja: mientras el gobierno libertario proclama la defensa de la “soberanía nacional” frente a los organismos multilaterales o a los movimientos sociales, acepta sin reparos la intromisión de lobbistas extranjeros vinculados a intereses económicos globales. La influencia de figuras como Bennett contradice el discurso de independencia y reafirma la dependencia del actual modelo económico y político respecto de los sectores financieros internacionales.
La trayectoria del lobista lo vincula, además, con empresas como Citgo —la filial estadounidense de la petrolera venezolana PDVSA— y con gigantes tecnológicos como el grupo chino Alibaba. Este tipo de relaciones comerciales y políticas atraviesan fronteras ideológicas: Bennett servía tanto a regímenes autoritarios como a corporaciones globales, siempre bajo una lógica mercenaria. Esa flexibilidad moral y política lo convirtió en una pieza útil para gobiernos que, como el de Milei, necesitan operadores externos que legitimen sus políticas ante el capital internacional.
El gobierno argentino no ha emitido ningún comunicado oficial sobre la condena de Bennett, a pesar de que su figura fue presentada públicamente como un enlace privilegiado con el trumpismo. El silencio es revelador: confirma la incomodidad que genera la exposición de los lazos ocultos entre el poder político nacional y los operadores de la ultraderecha estadounidense.
En un contexto en el que Javier Milei insiste en “alinearse con el mundo libre” y denunciar supuestas conspiraciones del “colectivismo global”, la presencia de un lobbista condenado por operaciones ilegales deja al descubierto la hipocresía del relato libertario. Porque detrás de la retórica de la libertad, se esconden los mismos mecanismos de corrupción y manipulación de los que el oficialismo acusa a sus adversarios.
El caso Bennett no es un episodio aislado. Es una muestra de cómo los gobiernos de ultraderecha utilizan el lobby internacional para construir poder político, blanquear intereses privados y moldear la opinión pública. En este caso, la Argentina aparece atrapada en un juego de influencias donde las decisiones estratégicas pueden estar mediadas por actores condenados en otros países por actuar en nombre de gobiernos extranjeros.
La relación entre Milei y el trumpismo, celebrada por ambos como una “alianza natural”, empieza a mostrar sus sombras. Lo que se presenta como afinidad ideológica puede ser, en realidad, un entramado de negocios, favores políticos y operaciones de influencia global. Y si algo enseña el caso Bennett, es que la “nueva política” libertaria no tiene nada de nueva: solo cambian los nombres, pero se repiten los mismos vicios del poder.
